Autor: Albert Cortina

Hace unas semanas participé en un foro de mujeres consejeras y directivas de grandes corporaciones españolas que se celebraba en Barcelona. En el debate posterior a mi conferencia que titulé “Liderazgo humanista: Persona, disrupción tecnológica y bien común”, las asistentes expusieron convencidas las ventajas de implementar la inteligencia artificial y la automatización en sus organizaciones.

Posteriormente, en la cena ofrecida por la consultora internacional que organizaba el evento, una de las Big Four, ya en un entorno más informal y distendido, aquellas mismas líderes corporativas me hicieron las preguntas más interesantes y exteriorizaron sus preocupaciones más personales. Una de las preguntas recurrentes fue: ¿como tendremos que educar a nuestros hijos para este futuro hipertecnológico?

Con esta pregunta mis anfitrionas ponían en el centro de sus preocupaciones el reto educativo frente a la digitalización, la robotización y la automatización del trabajo y el desarrollo de la inteligencia artificial en todas las facetas de nuestra vida. La preocupación por la educación, eje principal de la gobernanza tecnológica del presente y del futuro, tomaba así protagonismo ya que en la educación nos jugamos nuestra propia humanidad. Resultaba pertinente el comentario de una de las directivas sobre porqué los principales CEOs y muchos de los expertos tecnológicos de Silicon Valley están enviando a sus hijos a estudiar en escuelas que priorizan las habilidades “blandas” o “difusas”, o sea, las competencias humanísticas.

Días después, unos amigos me invitaron a comer a su casa. En la mesa se sentó su hijo que estaba en aquellos momentos decidiendo sobre cuál debería ser la carrera universitaria que le gustaría elegir. Estábamos todos de acuerdo en que los jóvenes se especializan demasiado pronto, y que el sistema educativo los encierra en corsés utilitarios sin tener demasiado en cuenta lo que realmente les gusta.

Si hacemos caso a Lawrence Katz, economista de Harvard, en un futuro cercano el éxito laboral podría estar determinado más bien por la habilidad de lidiar con lo que no puede ser gestionado por algoritmos. Por lo tanto, las carreras humanísticas podrían tratar mejor aquellos problemas no estructurados o que cambian muy rápidamente, así como los asuntos que deben ser abordados con dosis altas de improvisación y en condiciones de gran ambigüedad, como suelen ser, por ejemplo, los desafíos más sociales.

Dicen que existe la costumbre en la universidad de Stanford de denominar “fuzzy” a los estudiantes de las carreras de humanidades y ciencias sociales, y “techie” a los de ingenierías y ciencias duras. El inversor digital Scott Hartley en su libro “The fuzzy and the techie: why the liberal artes will rule the digital world” incide en la necesidad de la hibridación de saberes. La tesis principal de su libro plantea la necesidad de superar la división artificial que ha creado el sistema educativo formal entre las disciplinas científico-tecnológicas (las llamadas STEM) y las humanísticas (o también llamadas “artes liberales”). Este es uno de los principales retos que tiene la innovación educativa frente a los desafíos de la revolución bio-digital, dado que en el modelo actual hay una fuerte brecha disciplinar.

En este sentido, por “artes liberales” entendemos las disciplinas que se estudian para descubrir el conocimiento por el conocimiento, para ser más libres, sin una finalidad laboral concreta. Son disciplinas que implican creatividad, belleza y abstracción. No buscan el éxito profesional en un ámbito específico, ni especializarse, sino que nos exponen a una amplia diversidad de saberes. Son por ejemplo, la literatura, la filosofía, las ciencias políticas, el arte, la historia, las ciencias sociales, la religión y los idiomas, entre otras.

Las disciplinas STEM, por su parte, responden al acrónimo formado por las siglas en inglés de Ciencia (Science), Tecnología (Technology), Ingeniería (Engineering) y Matemáticas (Math).

El término “fuzzy” (difuso) sugiere esta diversidad. El diseño curricular de las carreras liberales o humanísticas suele ser más flexible, polivalente y multidisciplinar que el de las carreras STEM.

Scott Hartley insiste en que hay una falsa dicotomía entre la educación STEM y la humanística, porque se pueden estudiar y mezclar las dos. Para este autor, necesitamos más “techies” en instituciones tradicionalmente muy “fuzzies” como la administración pública, y también más “fuzzies” trabajando en compañías tecnológicas.

Encontrar soluciones a los grandes problemas requiere comprensión profunda tanto del código que permite dominar la tecnología como del contexto humano. Necesitamos datos pero también ética para usarlos. Tenemos que cuestionarnos los sesgos implícitos que contienen los algoritmos y preguntarnos no sólo cómo se han construido, sino también por qué y para qué.

La educación en humanidades permite desarrollar habilidades relacionadas con la curiosidad intelectual, la confianza, la creatividad, la comunicación interpersonal, la empatía y el amor por el conocimiento en sí mismo, por querer saber sin una finalidad utilitaria. Estimula el hábito de la deliberación y la mirada crítica, en un mundo como el de hoy que nos abruma con tanta información y donde los humanos tendremos que diferenciarnos de las máquinas y de la inteligencia artificial.

Con el desarrollo exponencial de la tecnología, el transhumanismo y la inteligencia artificial, debemos preguntarnos en qué debemos centrar la educación para este nuevo mundo que viene.

Tenemos que educar a nuestros hijos para que sean la mejor versión de sí mismos ya que no importará cuánto trabajamos para memorizar y calcular cosas porque la máquina siempre podrá hacerlo mucho mejor que nosotros. En la era de la explosión de la información y de la superinteligencia debemos enseñar a nuestros hijos a tener un pensamiento independiente.

De este modo, las personas tendremos que conectar el cerebro con el corazón. El cerebro está relacionado con el coeficiente intelectual y el corazón con el coeficiente emocional. Si sólo competimos con nuestro coeficiente intelectual, perderemos. Para ejercer un buen liderazgo humanista a favor del bien común tenemos que usar nuestra inteligencia emocional y afectiva conjuntamente con nuestra inteligencia racional. Sin olvidar la inteligencia espiritual que conecta nuestra mente con el alma.

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(Barcelona, 1961) es abogado y urbanista. Impulsa un HUMANISMO AVANZADO para una sociedad donde las tecnologías exponenciales estén al servicio de las personas y de la vida, y no al revés. En este sentido, promueve la integración entre ciencia, ética y espiritualidad. Cree que conectar el cerebro con el corazón es un magnífico camino a recorrer. A partir de esa cosmovisión, se dedica a capacitar a las personas mediante la INTEGRACIÓN de la responsabilidad tecnológica, ambiental y social, desde los principios y valores de una ÉTICA UNIVERSAL aplicada a los desafíos del futuro y a la innovación para el desarrollo sostenible. Su principal vocación es ser mediador, facilitador, tender puentes y gestionar de forma integrada ideas, valores y proyectos a favor del BIEN COMÚN. Como director del Estudio DTUM (acrónimo de Derecho, Territorio, Urbanismo y Medio Ambiente), se dedica desde hace más de veinticinco años a la ordenación de la ciudad y del territorio, a la preservación de los espacios naturales, a la custodia de la biosfera y a la intervención y gestión del paisaje. Es consultor en inteligencia ambiental y en ecología integral. Imparte docencia y realiza investigación sobre ética aplicada al urbanismo y a la ordenación del territorio en la Universidad Autónoma de Barcelona, en la Universidad Politécnica de Cataluña y en otras universidades y centros de investigación. Personalmente cree que la trascendencia nos configura como seres humanos y por eso cultiva su interioridad y su inteligencia espiritual mediante la conversión del corazón. Actualmente focaliza su atención en la preservación de la CONDICIÓN HUMANA, desde una antropología que priorice el desarrollo integral de la persona, con el objetivo de capacitarnos para esta sociedad biotecnológica y para la revolución de la inteligencia artificial. Coautor y coordinador, junto con el científico Miguel Ángel Serra, de la trilogía de libros ¿HUMANOS O POSTHUMANOS? Singularidad tecnológica y mejoramiento humano (Fragmenta, 2015), HUMANIDAD∞. Desafíos éticos de las tecnologías emergentes (EIUNSA, 2016) y SINGULARES. Ética de las tecnologías emergentes en personas con diversidad funcional (EIUNSA, 2016). Es también autor del libro HUMANISMO AVANZADO para una sociedad biotecnológica (Teconté, 2017).

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